sábado, 1 de noviembre de 2008

Derecho al delirio

por Eduardo Galeano, periodista y escritor uruguayo

Aunque no podemos adivinar el mundo que será, sí que tenemos al menos el derecho de imaginar el que queremos que sea.

El derecho de soñar no figura entre los derechos humanos que las Naciones Unidas proclamaron a finales de 1948, pero si no fuera por el derecho de soñar y por las aguas que da de beber, los demás derechos se morirían de sed. Así que vamos a delirar, deliremos por un ratito.

El mundo que está patas arriba, se pondrá sobre sus pies. En las calles, los coches serán atropellados por los perros. El aire estará limpio de los venenos de las máquinas y no tendrá más contaminación que la que emana de los miedos humanos y de las humanas pasiones. La gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será contemplada por el televisor.

El televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia y será tratado como la plancha o la lavadora. La gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar. Se incorporará a los códigos penales el delito de estupidez que cometen quienes viven por tener o por ganar, en vez de vivir por vivir no más, como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño sin saber que juega.

En ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a cumplir el servicio militar, sino los que quieran cumplirlo. Los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas. Los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas. Los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos. Los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas.

El mundo ya no estará en guerra contra los pobres sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra por siempre jamás. La comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos humanos.

Nadie morirá de hambre porque nadie morirá de indigestión. Los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura porque no habrá niños en la calle. Los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero porque no habrá niños ricos. La educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla, ni la policía será la maldición de quienes no puedan comprarla.

La justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse bien pegaditas, espalda contra espalda.

Una mujer negra será presidenta de Brasil y otra mujer negra será presidenta de los EE.UU y una mujer india gobernará Guatemala y otra Perú. En Argentina, las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria.

La Santa Madre Iglesia corregirá algunas erratas de las piedras de Moisés. El sexto mandamiento ordenará festejar el cuerpo. El noveno, que desconfía del deseo, lo declarará sagrado. La Iglesia también dictará un undécimo mandamiento que se le había olvidado al Señor: “Amarás a la naturaleza, de la que formas parte”. Todos los penitentes serán celebrantes.

La perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses, pero en este jodido mundo, cada noche será vivida como si fuera la última y cada día como si fuera el primero.